Era por la
noche y llovía a cántaros, como si todo el mundo llorase junto a ella. Le
rodeaba una oscuridad absoluta, por lo que no era consciente de donde estaba
exactamente en aquél momento.
Con la
cabeza apoyada en el salpicadero y el rostro ocultado entre su larga y espesa
melena, lágrimas de dolor se deslizaban desde sus húmedos y enrojecidos ojos,
suavemente por sus pálidas mejillas, que asemejaban de porcelana por lo
delicadas que se antojaban.
Mucho dudaba
ella de cómo transcurrirían los siguientes días. Se llamaba Noa y tenía
dieciocho años recién cumplidos, vivía con su tío desde que sus padres hubieran
perecido en un trágico accidente automovilístico.
Eran ya las
ocho de la tarde cuando decidió encender su móvil y vio doce llamadas perdidas
y un escueto SMS de su tío: “Lo siento”. Por un momento le pareció que los
recuerdos de aquella fatídica mañana se proyectaban como reverberaciones en la
duna del coche, mojada por cientos, puede que miles, de gotas diminutas. Se dio
por vencida, metió la llave en la cerradura y encendió el coche. De repente,
los faros iluminaron todo y pudo ver con claridad la carretera, tan húmeda que
parecía casi intransitable. Por un momento dudó de si sería seguro, pero hacía
frío y su estómago comenzaba a rugir (no había comido nada en todo el día) así
que se lanzó de cabeza y tomo la decisión de regresar a su hogar. Iba rápido
por la carretera, secándose las lágrimas con las mangas de su camisa. Encendió
la radio para hacer más ameno el viaje pero se sorprendió al ver que había
dejado de funcionar. Parecía que siempre que quería algo, eso estaría
estropeado. Al levantar la vista y dirigirla a la carretera, profirió un grito
y dio un giro radical, derrapando por el suelo y provocando una terrible
fricción entre las ruedas y el pavimento mojado. Por poco se sale de la
carretera. Cuando volvió en sí, se llevó las manos a la cabeza y se preguntó si
realmente había visto una silueta en medio de la carretera, a unos pocos metros
del coche. Si era así, la había atropellado y estaría muerta. Abrió la puerta
cautelosamente y observó, sorprendida, que el coche apenas tenía desperfectos,
aparte de alguna que otra ralla y abolladura en los laterales del coche. Cuando
miró allá donde debería haber un cadáver no vio nada… aparte de un gato. Un
gato de pelambrera gris y ojos azules, que maullaba mientras se rascaba la
cabeza. Se cruzaron las dos miradas: Por un lado la escrutadora mirada de Noa y
por otra parte, la fría y penetrante de los ojos felinos. Entonces el gato
comenzó a caminar hacia ella y, ronroneando, al llegar, se tumbó a sus pies.
Entonces, ella se agachó y lo acarició suavemente, notando lo suave y frío que
estaba. El pobre debía de llevar bajo la lluvia días enteros. Así que la chica
le cogió y metió dentro del coche, para luego arrancar y proseguir su viaje. Y
así, dentro del coche, en aquella lluviosa y desconcertante tarde de otoño, Noa
y el gato volvieron a cruzar sus miradas. Entonces, ella le dijo, con voz
conciliadora:
-Te llamaré
Lancelot, porque eres tan valiente y astuto como el caballero de la mesa
redonda.-
Qué cosa más cucosa :3 Sigue escribiendo :D
ResponderEliminarBobo, que has puesto mi nombre y todo xDD. Ha sido genial como has.. hecho que sea más, mejor (?).
ResponderEliminarGracias.